Poética (versión 2)


Imagen de Raúl Herrero



Poética

El dinero, los atributos sexuales, el poder, la calma, el equilibrio, la estabilidad, la procreación, el arte, el bien común, el instinto de supervivencia; cualquiera de estas razones esgrime una excusa convincente, entre las diferentes variedades de seres, para justificar su existencia. Sin embargo, me atreveré a afirmar en este instante, en la confluencia de los diversos ciclos lunares, extasiado en el epicentro de un universo de antimateria, con una cosmogonía de planetas incendiados a mis espaldas; mientras siento la liberación energética de un seno henchido de leche materna, alzo mi voz al cielo y asevero que lo único que puede aportar significado a la propia vida es... (mantengo el suspense a propósito) la estratégica disposición de dos espejos cubiertos por una fina capa de gelatina de plata, frente a frente, para configurar, en el espacio-vacío entre ellos, el asimétrico rostro del amor purgado de ostentaciones racionales.

La ceremonia

Los momentos que paséis en el letargo del calabozo, como San Juan de la Cruz, justifican en vuestros vientres y cerebros pequeños recortes de realidad. Cruzaréis la boca, templaréis las axilas, fornicaréis con lobos o como lobos, aislaréis vuestro asma en la vulgar respiración, pintaréis lienzos con ojos de búho, pero... pequeñas mendicidades. Rechazad las migajas de los libros de texto: paraguas circenses en plena sequía. Las ideas artificiales se apoderarán de vuestra cotidianidad para mentiros con espontaneidad moldeable, o un huracán de acontecimientos que os desvista de la propia conciencia. Frotad las arrugas otoñales y mustias del cerebro con un cepillo dental; desempolvad las autopistas imaginadas en los caminos de talco.

El ritual se completa cuando el pulso descubre que no tiene las alas rotas. Se desprende el velo de la retina, los muslos se superponen al tiempo. Escombros de la boca mezclan polen de saliva que rueda por pendiente de nieve. Los primeros bostezos guturales presienten tormenta de aguas torrenciales. Se separan las piernas del Coloso de Rodas, bajo su protección entra el navío en la ciudad. La cabeza retumba en la alameda, las rodillas se disparan para dar luz desde el horizonte. La Virgen vestida de luto viene con las tijeras que podan jardines de enredaderas, ella corta la nube que sangra sin medida sobre la memoria hecha jirones. Susurran los reflejos bajo un apocalipsis de lava, después se destruye el mundo. Las luces no dejan de oscilar dentro y fuera de los peces con escamas de frío.


La primera versión de este texto se publicó en el volumen Los puntos cardinales, en la sección «Prisma de antimateria» (El último Parnaso, Zaragoza: 1996).

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