La apariencia de viaje (Arrabal, el rinoceronte y El Rey)







He observado que mis viajes con frecuencia se transforman en una excusa para concentrarme en libros de cierta extensión, releer esas «pruebas de imprenta» que me atormentan desde hace semanas o departir con detenimiento sobre lo inminente e inmanente, esto último, en especial, si viajo acompañado.

Ayer regresé de la Universidad Juan Carlos I donde asistí  a una conferencia que impartió Fernando Arrabal como chupinazo de unos cursos de verano. Quedamos en vernos más tarde en su hotel. Llegué acompañado por el trotamundos Rivela y por Martín Marcos, «el poeta leñador». Los tres presenciamos la entrevista a la que sometían al autor varios medios de comunicación. En este viaje lo acompañaba su esposa Luce, de lo que se beneficiaron los presentes, ya que siempre aporta un inteligente contrapunto a los comentarios de su pareja.

Las declaraciones del escritor que han recogido los diarios y  que replicado algunas páginas de Internet, no hacen justicia al talento que Arrabal demostró en sus respuestas. Le preguntaron por la visita del Papa a España. A lo que replicó que solo le había interesado la figura de Juan Pablo I porque en cierta circunstancia afirmó: «Dios es la mujer». Pero esta declaración ha pasado a letra impresa como «Arrabal manifestó que Dios no es un hombre sino una mujer». También han confundido a Samuel Beckett con Gustavo Adolfo Bécquer. Y es que no hay nada como los reporteros patafísicos.

Durante la comida posterior a su intervención, Arrabal mostró al presidente de la fundación Juan Carlos I y a varios amigos unas fotografías en las que se le veía toreando a un rinoceronte en el transcurso del rodaje de una película. El escritor insistió varias veces en lo impresionado que se sintió cuando le explicaron la rutina de copulación de los rinocerontes. «Cada 28 días en torno a 28 minutos, me aseguró un señor físico con aspecto de persona seria», dijo Arrabal. Aquello conmocionó a los presentes. «Según parece después el rinoceronte macho retoza en el barro para librarse del abundante sudor expelido en tamaño ejercicio». En la mesa algunos se removían como si tuvieran un ataque de pulgas. Tal vez esa noche algunos soñaran con el mítico animal. En especial mis sospechas oníricas recaen sobre un profesor bizco que empapaba el sudor de su frente en el pan de su servilleta. A Dalí también le fascinaron los rinocerontes, incluso realizó la película La aventura prodigiosa de la encajera y el rinoceronte, filmada por Descharnes bajo las órdenes del pintor. Por las noticias que me han llegado la cinta permanece en conserva y bajo siete sellos. Las cinco horas de filmación, inspiradas en imágenes logarítmicas del cuerno del animal, implicaron diez años de filmaciones. Por supuesto, la encajera del título hace referencia al lienzo de Vermeer.

Durante la cena, Arrabal prosiguió relatando abundantes anécdotas. Entre ellas una que hacía recordaba la respuesta de Borges a un reportero al ser preguntado por el inicio de la guerra de las Malvinas: «Argentina y Reino Unido se comportan como dos calvos peleándose por un peine».

De vuelta a Zaragoza pasé por Madrid para saludar al poeta José María de Montells. Me comentó que su despacho poético se encuentra en la cervecería Santa Bárbara; en la terraza en verano, en el interior en invierno. A la postre me advirtió de un incendiario epílogo que ha escrito para el último tomo de una antología de poesía visual de Víctor Pozanco.

Constato que mis viajes no lo son tanto por los lugares que recorro como por la conversación con amigos y la lectura que me acompaña o que me encuentra. No recuerdo ningún rostro de las personas con las que me he cruzado en andenes, calles y plazas; tampoco, aunque me esfuerce, logró recrear  ningún paisaje.

¿Lo que se espera de un viaje recae más en la distancia o en las impresiones que se producen en nuestro interior?

Tuve que abandonar Aranjuez, donde tenían lugar el encuentro con Arrabal, momentos antes de la llegada del torero pánico Diego Bardón, ejecutor de grandes hazañas, entre las que destaca la famosa autocornada. Una lástima.


(En la imagen superior: Estudio paranoico-crítico de «La Encajera» de Vermeer, lienzo de Salvador Dalí, 1955).

Imagen tomada de este enlace:

https://www.salvador-dali.org/es/obra/catalogo-razonado-pinturas/obra/703/estudio-paranoico-critico-de-la-encajera-de-vermeer


[Este texto se publicó por primera vez en mi antiguo blog el 7 julio de 2006].

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