A mi querido amigo José María de Montells
Hace nada, el 17 de octubre de 2019, se ocultó a los 70 años de edad don José María de Montells y Galán (1949-2019), al que tuve el privilegio de conocer por medio del escritor y pintor Antonio Fernández Molina en los lejanos años 90 del pasado siglo. Ambos coincidíamos en muchas cosas, pero, especialmente en nuestro amor por la caballería legendaria, en la nostalgia de los duelos de antaño, así como en el amor por ciertos autores y literaturas a las que podríamos denominar experimentales o de vanguardia. De hecho, Montells destacó en este terreno con su editorial Parnaso-70 donde publicó a nuestro admirado Julio Campal (del 18 al 24 de noviembre de 1965 la Sociedad Dante Alighieri de Zaragoza expuso la muestra «Poesía visual, fónica, espacial y concreta auspiciada por Campal y que Miguel Labordeta y su OPI ayudó a preparar; Miguel Labordeta y Campal se conocieron en Palma de Mallorca en 1965 por medio de Antonio Fernández Molina) y la primera edición de Quizá Brigitte Bardot venga a tomar una copa esta noche, de Alfonso López Gradolí uno de los más curiosos libros de poesía visual. A lo largo de su vida mantuvo amistad con otros grandes de la poesía visual española como Fernando Millán, en su compañía se presentó el primer poemario que publicó Montells en Libros del Innombrable.
José María de Montells fue el responsable de la reedición de muchos libros de Antonio Fernández Molina en los años 80 del siglo XX. Más tarde, en «Las patitas de la sombra», la colección de poesía que dirigió en los albores del milenio, publicó por primera vez mi poemario Officium Defunctorum, que más tarde vería nueva edición en versión bilingüe castellano-francés traducido por Paola Masseau, con prólogo de Francisco Torres Monreal.
En cierta ocasión me solicitó un prólogo para su libro Volver a Ruritania (Para una lectura de lo hermético), y así lo hice. Espero que no quedará descontento con el resultado.
Nos enviábamos libros con frecuencia, libros propios y ajenos. A él le sorprendió mi interés por la heráldico y sus estudios históricos, así que me remitía puntualmente sus publicaciones y las revistas que dirigía en este campo con las que disfrutaba y descubría nuevos e inquietantes mundos. En Madrid nos vimos en alguna ocasión en una cervecería alemana donde, según confesó muy en secreto, acostumbraba a sentarse todas las partes para escribir. También asistió al homenaje a Antonio Fernández Molina por los cincuenta años de su primer libro en el Museo Reina Sofía en presencia de Luis Alberto de Cuenca y de Fernando Arrabal, junto a la poeta Alicia Silvestre y un servidor.
Cuando nos parecía oportuno uno escribía sobre los libros del otro, con la única exigencia de la verdadera amistad, jamás por salir del paso ni por cumplir con una pesada obligación. En la segunda edición de mi poemario Los trenes salvajes (Libros del Innombrable, 2009) se incluyó una reseña del libro que Montells publicó en una revista. Creo que este documento supone una de las más certeras aproximaciones a lo que pretendía decir humildemente el que esto escribe en ese libro y en todos los demás.
En mi caso tuve la fortuna de publicarle cuatro libros en Libros del Innombrable. Para más información en este sentido:
Y reconozco que me resultó muy enriquecedora la lectura de su El diccionario del diablo (Bendita María, 2012), uno de los volúmenes más originales y preclaros del ambiente literario de ese momento, alejado de rutinas y de lugares comunes.
Le dediqué un poema en mi cuadernillo 9.5 Punto de no retorno (del Ciclo del 9) que reproduzco a continuación. Me escribió para decirme que le había dedicado, a su entender, el mejor poema del libro.
Para José María de Montells
El humo se desliza por la mirada,
aletea la luz, cada vez más subterránea,
alrededor de mi espalda mojada por el tiempo.
Nada de lo que sucede me deshace,
los gestos de la vanidad y el embuste
los confundo con la ligereza.
Soporto, sin el ímpetu del instante,
el baño de la vida sobre la conciencia.
La voluntad gravita sin mancharse;
todo permanece, lo aparenta al menos;
todo prosigue mientras
formo parte del humo, de la música,
del atardecer que se desmaya sobre mi cabeza.
Me impongo sobre mí mismo;
ausente de temores
avanzo por itinerarios y cadenas…
José María de Montells, siempre atento, me dedicó algún texto. En el que tengo por el último de sus poemarios publicado: La cara oculta de la luna (Bendita María, 2013) me puso al frente de la segunda parte del libro titulada: «Bergerac en la hoguera». Y allí me situaba junto a nuestros mutuos admirados Cirlot, Fernández-Molina, Arrabal, Lovecraft…
De este libro y de este apartado recojo este poema:
El que susurra en las tinieblas
(H. P. Lovecraft)
La multitud de cinocéfalos que me cercaban se apartó bruscamente cuando se oyó el gran grito / parecían asustados y le dejaron pasar entre gruñidos / era altísimo y tenía una lengua azul que mostraba continuamente / me miró fijamente y nada dijo
Hasta la vista, querido y apreciado amigo.
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