Jorge Sanz Barajas reseña Rascayú, de Raúl Herrero
El pasado 30 de mayo de 2019 el escritor y profesor Jorge Sanz Barajas publicó una reseña de la novela Rascayú (Limbo Errante, 2018), de Raúl Herrero en el suplemento cultural «Artes & Letras» de Heraldo de Aragón.
LOS FUEGOS FATUOS
DE RAÚL HERRERO
Raúl Herrero; Rascayú. Limbo Errante, Zaragoza, 2019, 212 págs.
Sentimos fascinación por los
“retablos de las maravillas”, los conjuntos abigarrados y disformes, lo
estrafalario. El barroco con sus balconadas a la muerte ejerce sobre nosotros
una excitación irrefrenable. Raúl Herrero acaba de construir una de esas
esculturas literarias cuyo equilibrio radica precisamente en su desequilibrio.
A ritmo de fox-trot, el lector se incorporará a una danza de la muerte escondida
en el tuétano de una novela policial, y no podrá dejar de bailar el Rascayú del
arreglista Bonet de San Pedro, el mítico “Marqués de la ensaimada”, en este
polanskiano baile de los malditos hasta que la música los separe. Delirante,
descacharrante y maravillosa. Herrero sabe lo poco que importa que palabras tan
bellas como cínife aludan a un simple mosquito: la magia está en lo
extraño.
Rascayú despliega un
escenario esperpéntico, entre Corte de los Milagros y Amanece que no
es poco, donde un solitario y cultísimo guardia civil condenado a patrullar
en solitario, investiga una serie de extraños crímenes sin otro método que su
intuición patafísica; el sargento Porrocho cita de memoria a Von Clausewitz y
recuerda a partes iguales al cabo Gutiérrez (Sazatornil) de la peli de Cuerda y
al Plinio de García Pavón; añádale unas gotas de la lógica disparatada de Las
Noches de Sing Sing, de Harry S.Keeler o la loca sabiduría de En Cejunta
y Gamud de Fernández Molina; incorpore un puñado de cadáveres con un clavo
tachoneando su frente, un alcalde fascinado por el arte nazi, una enigmática y
perversa enana que guarda el secreto de todos los secretos, el guardagujas
Atanasio, el inclasificable y blasfemo Padre Isaías, un hipnotizador de
gallinas, licántropos, necrófilos, una pareja de sacamantecas que responde al
nombre de Paco y Paca, un castillo habitado por un perverso Conde… La galería
es tan desopilante como el lenguaje con que Herrero desorbita las escenas,
desquiciando la lógica hasta que estalla la carcajada.
El atractivo de la novela radica en
los alardes verbales, la habilidad para vestir de sublime lo grotesco, la de
encontrar en el baratillo de la cultura un filón creativo, la de parapetarse en
el disparate hasta iluminar alguna verdad que de verdad valga la pena.
Solo por encontrar la frase “zumbaban
los cínifes marinos” vale la pena leer esta delicia. Uno cree a ratos estar
leyendo La caza del Snark, de Lewis Carroll, en otros sospecha que está
escondido en un rodaje de José Luis Cuerda, por momentos pudiera pensar que ha
quedado atrapado entre las alteradas neuronas de Ernesto Giménez Caballero y
aquellos extraños ensayos como Yo, inspector de alcantarillas o Julepe
de menta. Del propio Gecé deja algunos malvados garbancitos Herrero a lo
largo de la narración, que harán las delicias de los amantes de aquella loca
zoo-narrativa de los treinta. Funambulismo del bueno con panegírico de Fernando
Arrabal. Narrativa valiente y agradecida.
Jorge Sanz Barajas
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