Raúl Herrero: Antología VI Reflejo de disparo azul

Antología poética -en línea- de Raúl Herrero, VI

En el año 1996 publiqué el libro Los puntos cardinales en la colección El Gran Parnaso. Como veía que parecía imposible hacerse un hueco en el orbe poético me decidí a publicar un libro de más de 200 páginas que incluía cuatro poemarios, cada uno de ellos se correspondía con uno de los puntos cardinales, de ahí el título general. A modo de prólogo incluí el fragmento de un escrito, sobre música y literatura, de Richard Wagner, de la selección traducida y preparada por Vicente Blasco Ibáñez, traducción deplorable, según me dijeron los wagnerianos años más tarde. En el norte figuraba el poemario Reflejo de disparo azul, en el sur una nueva edición corregida de mi primer libro El testamento de los dioses, en el este un libro de poemas en prosa Prisma de antimateria (El conde) y en el oeste uno de mis libros predilectos y uno de los menos malos de los míos El amor y la guerra: la sal de la tierra. Iré hablando de cada uno de ellos en las entradas que les vaya dedicando.
Comenzaré por el primero Reflejo de dispara azul con una estructura de misa, en realidad es un poema largo dedicado a la Diosa (Virgen) Blanca a la que Robert Graves le dedicara un libro del mismo título. Años más tarde repetiría la estructura de misa en el poemario Officium Defunctorum, pero en este caso, cada parte de la misa conforma un poema independiente.
Abundantes citas de personajes de todo pelaje que complementa los poemas, algo habitual en mí en aquella época. Incluyo algunos fragmentos  de esos reflejos. El primer poema, que incluyo, figura una orquesta sinfónica cuyos instrumentos se van sumando. Así se vincula con el prólogo del libro, al que me refería como obertura, y se fortalecen las vinculaciones entre música y literatura.

aa

El esplendor de violas
atraviesa vientre de vidrio
como locomotora enfurecida.
El público toma asiento
y desperdiga las butacas sobre teclas
de clavicémbalo de donde el ilusionista
extrae un conejo, otro y otro
y otro; una perdiz y un conejo
y otro y otro; quizá una liebre,
un arcabuz.

Para inaugurar el concierto
algunos aplauden con su corbata
protegida por guardaespaldas que cuelgan
del extremo posado sobre la panza.
Oboes migratorios son derribados, en tanto vuelan
en bandada, por los disparos del director
de orquesta, hombre terriblemente ebrio
de conciencia, concienzudo, acostumbrado
a vestir con uniforme de campaña.
En tanto alborota la percusión,
enloquecida por los movimientos de cadera
del fagot, una mano se posa
sobre la mía como un piano dulce sobre
una rama; como un kilo de cielo
sobre espalda con forma de trompeta.

Virgen Blanca recupera mi corazón
que, transfigurado en sombrero de ala ancha,
había salido por el umbral
de una flauta travesera.
El primer violín, novio de la muerte,
cercena su garganta con la cuerda
que ha saltado durante su solo
de címbalos.
Algunos pescados comen música.

Virgen Blanca cincela su mente
cuando columpia cabellos negros
entre mis dedos.
Desfile de pensamientos salados:
oboes migratorios, percusión enloquecida,
cadera de fagot, umbral de flauta
travesera.
Compañeros, camaradas,
soy otro hombre, ¡qué otro hombre!,
otro libro.

(In albis,
albis,
al.
Fusas y
semi(di) fusas).

bc

(ZOO)

Estoy tan fatigado
que me deslizo desde la cornisa
hasta la acera amarilla.
Procuro encallar en mesa
que revolotea con un rizo
sobre rizo.
Palabras, precipicio o río,
donde pestañas bucean,
donde sacudo moscas,
donde deshago hongos,
donde muerdo tempestad,
donde descuelgo brazos,
donde gime lengua,
donde peregrina querubín,
donde se desgranan moluscos,
donde fósiles desfallecen,
donde tecleo sonidos,
donde cera alta me desborda,
donde camino–vuelo,
donde camina estómago,
donde ninfa se entrega a deseo sin identidad,
donde no queda luz de sombra,
donde imagen se difumina,
donde medita bardo apocalíptico,
donde postigo apremia al carcelero,
donde nadie calla;
donde me siento tan fatigado
que tomo por sombrero
despertador con manecillas
hirientes; filo sanguíneo…


dd

Camino sobre las aguas
y no me decido por una dirección.
Algunos automóviles pierden el control,
otros, ya sin ruedas,
aumentan su velocidad.
Todo me resulta desapacible;
por las calles estatuas de oro
discuten, vierten sonidos
como cuerpos de gemidos entrecortados.
Las casas reconocen
a los hombres con manos agujereadas,
cuando estos llegan hasta un paso de cebra,
las casas se lanzan sobre ellos
y los devoran como si fueran pan
de plata, platino o una central nuclear.
Los marcos blancos de ventanas
para mí son agua–nieve;
los restos verdes de árboles calcinados
para mí son lava–niebla;
las llamas angustiosas de fuego gris
para mí son muerte–imprevista.
Tengo intención de matar,
con un ligero soplido,
al mayor número de ciclistas posible.
Si no hubieran asesinado a
John Lennon,
Federico García Lorca,
Cayo Julio César,
Buch Cassidy,
hablaría en las situaciones dolorosas
en lugar de perforarme los labios.
Quiero desayunar en ganglios,
quiero almorzar en omóplatos,
quiero merendar en estómago,
quiero cenar en talones;
quiero ser vivido
y que me vivan
como un disparo.

“La técnica, en combinación con el mal gusto, es la enemiga más terrible del arte”.
(Johann Wolfgang Goethe)


de

Con una camisa verde
entro en chocolatería
donde sirven cerveza.
Me creo acompañado por mis amigos
pero, tras tomar asiento, me veo solo.
De televisores incrustados
en baldosas del suelo
se escapan pastores robustos
que, a gritos,
exigen nueva lana fresca.
El camarero prepara zumo
de naranja con pedazos de carne
que flotan sobre caldo multicolor;
aunque, si aceptamos la opinión
de un hombre enteramente sobrio,
esos pedazos de carne no son otra cosa
que máquinas tragaperras con cabello.
Entre tanto yo aquí
con la chocolatería
sentada sobre mis muslos.
Tomo sorbo de autobús
con sabor que
me conmueve, me obliga
a vomitar pequeñas banquetas
de cuatrocientos metros de altura.
Ningún cliente se decide
a probarlas,
a excepción de una mesilla
de noche que,
gracias al azar,
acaba de entrar por
una de las puertas del
cuadro colgado en el espejo.
Si tardo mucho
a mi regreso me encontraré
vestido con una camisa dormida
o blanca.

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