Raúl Herrero: Antología poética, II (El testamento de los dioses)

Antología poética -en línea- de Raúl Herrero, II

DON GIOVANNI – San Francisco Opera, Summer 2007









El testamento de los dioses, mi primer poemario, se cerraba con un colofón donde se citaba diciembre de 1991como fecha conclusiva del libro. Aunque fue una edición de autor, repleta de irregularidades como ya manifesté en la anterior entrada, me sirvió para enfrentarme con las primeras impresiones del personal frente a mis balbuceos literarios. Conseguí que se pusiera a la venta el libro en un par de librerías de Zaragoza y en algún local de los que frecuentaba. En la cantina Interferencias de Zaragoza, de feliz memoria, se vendió el primer ejemplar. En uno de los puntos de venta me comentaron que mi poesía era excesivamente preciosista. Otro señor, tras mirar por encima el texto, me dijo que a los poetas nos deberían prohibir escribir, ya que planeábamos unas incertidumbres que incrementaban la infelicidad en el resto del género humano. Una compañera de estudios no pudo comprar el libro ya que sus padres, integrantes de una celebérrima secta, encontraban el título del libro muy desafortunado. Otros argumentaron que mi poesía tenía excesivas imágenes, algo que he oído repetidas veces desde entonces. Cuando conocí a Antonio Fernández Molina, un par de años después, por fin me encontré, en mi entorno literario, con alguien que como yo mismo encontraba virtudes donde otros articulaban defectos. El Testamento de los dioses se cerraba con una tenue apoteosis que, por aquel entonces, se me antojó muy acertada, ahora me padece pretenciosa, como casi todo el libro. Fruto de mis primeras lecturas del simbolismo, de la música de Wagner y del final de la ópera Don Giovanni de Mozart, que por entonces había descubierto, mi primer libro se cerró con el texto que a continuación reproduzco. Por algún extraño motivo se me ocurrió escribir yagas en lugar de llagas, no recuerdo los motivos estéticos que me impulsaron a ese cambio, por lo que ahora he corregido ese curioso capricho. Entre mis caprichos de entonces se encontraba el cambio de tiempos verbales y del sujeto del poema.


El Caos
(Los dioses condenados a los infiernos)


“Don Giovanni
¿qué insólito temblor...
se apodera de mi espíritu?
¿De dónde salen esos torbellinos
de horrible fuego?

Coro
(de bajo tierra con voces sombrías)
Todo es poco para tus culpas.
Ven; ¡hay un mal peor!

Don Giovanni
¿Quién me lacera el alma?
¿Quién me agita las vísceras?
¡Qué infierno! ¡Qué terror!”
(Don Giovanni. Ópera de Mozart y Da Ponte)

“He dado un glorioso trago de veneno”
(Arthur Rimbaud)

Mi reloj ha muerto. El calor aísla el agua de carnes hacia la desintegración... ay, aislado bloque de madera... el estado natural del ser humano es la catalepsia...rostro de papel... por su cintura de abismo piramidal. Mi reloj ha muerto. Suenan campanadas con eco, baila el fraile, pierdo mis gafas y... entonces descubrí el secreto de mis cien años.

Grieta donde ahogarme.
Pared donde lapidarme.
El infierno contiene mil caminos
y sólo un paso.
Grilletes en los tobillos,
libertad encadenada,
veneno para mi mente.
Es fácil morir.
Agua,
sentado en un grano de arena
veo 


desaparecer 
la luz.
Ocaso donde beber toda
una estación de sangre.
Ángeles vestidos y atados por sus cuellos
a nubes de guerra y acero.

La he descubierto
llorando miles de veces,
acosada por su lápida…
…o la caída del cabello.

Abre esos ojos huesudos
y disponte  a tomar
un río congelado.
Embarca en tus paredes
entre tierra de crepúsculo.
Sombra donde ocultarme.
Roca donde reposar.

Los caminos del infinito
se remontan más allá
del pensamiento. Horizonte
clausurado. No podrá
caminar sin ayuda.
Pies demasiado agrietados.
Interior repleto de llagas.

En nombre de su pasado
naufragado. En nombre de sus amores
fosilizados vende dardos envenenados
para sus labios. La hojalata
viste al paisaje. Y es su
soledad un luto interminable.

Despierta de la tumba
y da muestras de florecer
entre latidos de renacidos.

La he descubierto
envuelta en llamas,
mientras las ruinas
arden en un infierno.

Fuego.
Con la vista pendiente
del filo delicado
del diente de calavera.
Se extingue un viejo día,
el barro bebe licor de nube.

Es fácil morir.
Cabalga bajo cúpula
de diamantes
la reina de lo obscuro.
Su manto púrpura
recubre el híbrido mundo.

(La lluvia amortaja dulcemente
el tierno corazón de los dormidos).

Comienza el triste canto de la tormenta
y el agrio lamento de...

                    Estos días azules y este sol de la infancia
                                                         Antonio Machado

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