Cuarteto en fa mayor. Raúl Herrero
Sugerido por el Cuarteto n.º16 en fa mayor, op.135 de Ludwig van Beethoven.
Los
juguetes enjaulados alborotan
bajo
una iluminación amarillenta.
Estambres
de ciudad exacerbados
por
el agua de muslos abiertos
a
macilenta fuente de pus.
Tierra
húmeda se desprende
del
ombligo con ojo de alfiler.
Piedras
de madera
obstaculizan
el paso
de
volcanes aceitosos.
En
el salón de festejos
se
reúnen damas
alrededor
de galanes
con
punzantes tornillos anillados.
Los
cuerpos migratorios en fluctuante
vibración
sirven de cenotafio
de
sus almas desnudas
con
arciprestes llameantes
que
inyectan venenosa ponzoña.
La
podredumbre, el arrojo,
los
terneros de alcohol
electrificados
en laberinto
de
placer, fugacidad, vacío,
hueco,
llaga, desintegración.
2. Vivace
en
los oídos–conchas
resuenan
las leyendas viejas
articuladas
por embajadores
de
explosiones vitalistas
se
adormila sentado sobre una vitrina
de
roca punzante
el
respeto a los dones
que
el propio cuerpo produce
en
beneficio de los danzantes
en
simbiosis con vegetación amatoria
serrana
difunta en constante lucha
con
las algas de la iniquidad
se
acerca con pezuñas de mula
mansa
ningún
asalto al cerco enquistado
vino
sin la navaja de la pasión
figuras
pestilentes que cargan
losas
sobre sus almibarados fracasos
ensalzan
los beneficios que produce
el
descuartizar
un
cuerpo indiferente como transporte
para
las propias descargas de muerte
no
se empuña con fortaleza
un
pincel ni un arma ni una letra
con
el espíritu saciado de
3. Lento
assai cantante e tranquilo
Como
rebaño de lobos amamantado
por
un mismo pecho solar
entran
los aplastados colores
de
las arañas roídas con velas.
Los
peldaños rugen fuera de la escalera,
están
los flexibles brazos de tilos
recortando
la silueta
de
los cuervos translúcidos y terrosos.
Vuelven
de la contienda
las
partes del cuerpo innecesarias:
sapos,
corazones, axilas, faisanes.
Aún
quedaba por ver
la
ululante sonrisa de las bombas
exaltadas
entre química de halcones
y
rítmicas ballenas de sangre.
La
inocente mordacidad
de
un pelotón de fusilamiento
con
los testigos desplumados,
silenciosos,
pensativos,
con
boca llena de pulmones
de
otras contiendas.
Menos
afortunados fueron los mártires,
encerrados
en medallas que necesitan
ser
frotadas con voracidad.
Las
aguas volcadas en vertical
arañan
las alas de arbustos
y
destruyen la paz de los patos
como
caballería lanzada al equilibrio
entre
la ventisca doblada.
(Grave
ma non troppo tratto. Allegro).
Al
parecer los collares esféricos
se
derrumban sobre pechos
como
pequeñas calaveras de mármol.
Las
medias comprimen muslos
de
mariposa como si fueran
hielo
picado contra puños de granito.
Y
la verdad dentro de la locura
desatada;
y los nudos de pan
sobre
los embalses de sangre
coagulados
en capas tectónicas.
Grita
el alabastro,
la
vida deja sus disfraces,
aterra
a cuantos en ella recorren
los
orificios de un lecho
con
voluntad atada al frío.
Las
paredes respiran con fuerza
el
granizo que eclosionó en manos
de
caminantes separados
por
el cincel oxidado en busca
de
ventanillo con temblores helados;
por
las ganzúas colgadas en ramas
como
jugosos frutos desgastados
por
soplido de fuego sigiloso.
Si
algo puede salvarme de las cenizas
es
el polvo que arrasó las callejuelas
donde
habitó la lengua del cisne descarnado.
Salut
d´amour.
El amor y la guerra: la sal de la tierra. Del volumen Los puntos Cardinales. Colección Gran Parnaso. Zaragoza: 1996. ISBN: 978-8460546276.
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