¡Viva Beneyto! Recuerdo a Beneyto, postista y amigo
Antonio Beneyto. Fotografía de Gemma Ferrón. |
Sé de la ocultación de Antonio Beneyo (Albacete, 1934-Barcelona, 2020) por el muro de Facebook de Jaime D. Parra. En un instante surge, como un meteoro, la emoción de cuando lo conocí de la mano de Antonio Fernández Molina. Jamás se borrará de mi frente —y digo bien, porque tengo en el mentado lugar el dibujo de ese lugar tatuado con tinta invisible— el primer estudio suyo que conocí, un lugar inaprensible, con aspecto de mágico desván: objetos, libros, pinturas, esculturas; aristas de Beneyto desparramadas por la Barcelona que le era propia porque le pertenecía.
Frente a mí una fotografía tomada en Mallorca en 1969, Molina y Beneyto sentados y descamisados alrededor de una máquina de escribir. El primero teclea, el segundo mira a la cámara.
A. F. Molina y Beneyto |
En un papel impresas las dos instantáneas que nos tomamos Parra, él y yo en un lugar subterráneo de Barcelona, cuya localización no retiene mi memoria: la primera, con rostro al viento, la segunda, de espaldas.
Parra, Beneyto y Herrero |
Vi a Beneyto por última vez en un restaurante de Barcelona. Parra y yo hablábamos de Poéticas del Caos. (Un libro que se publicó a finales de 2019, entre los autores seleccionados figura Beneyto). Lo encontré débil, aunque de buen humor.
No es momento ahora de glosar su trayectoria. Pero extraigo unas hojas del rábano. Publicó libros inspirados: novelas, relatos, poemas, cartas; sus lienzos y esculturas viajaron por el mundo y tuvieron un buen grupo de admiradores. Juan Manuel Bonet le dedicó el monográfico: Beneyto. Dibujos con llagas (Editado en cedé por Galería 3, Barcelona: ¿2011? –el ejemplar que poseo carece de fecha de edición—). Compartió su epistolario con Alejandra Pizarnik en Dos letras (Ónix editor, Barcelona: 2017). Los libros que recibía o que compraba los mejoraba notablemente al añadirles sus dibujos en las páginas de cortesía. Realizó varias exposiciones con estos trabajos. De hecho, su colaboración en el libro Arrabal 80 (Libros del Innombrable. Zaragoza: 2012) consistió en la reproducción de las obras plásticas que acometió en las primeras páginas de los libros de Arrabal de su biblioteca. Entre sus trabajos de compilador destaca una antología, dicho esto sin un ápice de exageración, mítica: Narraciones de lo real y fantástico (Editorial Bruguera, Barcelona: 1972, en 2 volúmenes; hubo segunda edición en 1977) y donde comparecían: Max Aub, Joan Perucho, Álvaro Cunqueiro, Cristina Peri Rossi, Joan Brossa, Javier Tomeo, Francisco Ferrer Lerín y la mayoría de los autores citados en este texto, entre otros. Creó la editorial La esquina donde publicó a Carlos Edmundo de Ory, Ramón Gómez de la Serna (también se ocupó de la edición de las memoria de su viuda, Luisa Sofovich: La vida sin Ramón, ya en 1994, en la editorial Libertarias), Juan Eduardo Cirlot… De este último, sus aforismos Del No Mundo (La Esquina. Barcelona: 1969).
A. F. Molina me hizo saber que el nombre de la editorial surgió porque en sus viajes a Barcelona se citaba con Beneyto en una esquina. Uno de esos días se convocaron para que Molina le presentara a Cirlot, por si acaso este disponía de algún material para entregar a la imprenta. Durante la llamada telefónica que hizo para confirmar la visita, Molina comprobó que el poeta catalán había olvidado la fecha del encuentro. Cirlot respondió: «¿Cuánto vais a tardar». «Más o menos una hora», respondió Molina. «Para entonces tendré algo preparado». En el tiempo que les llevó atravesar la ciudad y llegar hasta el lugar de trabajo de Cirlot, este había mecanografiado (y redactado) los aforismos. Anécdotas semejantes, que confirman este hecho, se mencionan en la biografía de Cirlot firmada por Antonio Rivero Taravillo: Cirlot. Ser y no ser de un poeta único (Fundación José Manuel Lara, Sevilla: 2016).
En el transcurso de una conversación, Beneyto me relató que persuadió a Fernández Molina, cuando lo conoció en Mallorca, para que modificara su nombre «artístico». Por entonces sus libros los firmaba con un escueto Antonio Molina. «¡Pero cómo se te ocurre ponerte el mismo nombre que un cantante» —le espetó Beneyto. Lo cierto es que Molina firmó a partir de esos años sus libros de diversos modos: A. F. Molina y A. Fernández-Molina, entre ellos.
De sus últimos tiempos levanto un ejemplar: El retorno de Antonio Beneyto (Ónix Editor, Barcelona: 2017), con selección y edición de Jaime D. Parra, compañero de tantas aventuras postistas, que en las primeras páginas redacta un estudio jugoso.
Hace unos años la revista Barcarola (n.º78) dedicó a Beneyto un número en el que participé con el texto «El vigía». En mi antiguo blog le dediqué un escrito publicado con fecha de 14 de mayo de 2007. A continuación lo reproduzco con ligeros cambios:
¿Por qué es imprescindible Antonio Beneyto?
Beneyto pertenece a esa especie en extinción formada por las personas buenas que todavía «son». Y, en mi opinión, su carácter furioso y altruista (que podría mutar en ultraísta), así como su talento para la plástica y la literatura, con especial atención a lo heterodoxo, lo han aproximado a ciertas personalidades fundamentales: Fernando Arrabal, Carlos Edmundo de Ory, Juan Eduardo Cirlot, Pere Gimferrer, Camilo José Cela, Alejandra Pizarnik, Antonio Fernández Molina, etc. Nació en Albacete, pasó en Mallorca una buena temporada, donde conoció y convivió, entre otros, con Fernández Molina y Cela, se instaló en Barcelona, ciudad que transformó en su centro de operaciones. Allí realizó abundantes exposiciones, preclaras ediciones, prosiguió su carrera de velocípedo artístico…
Casi siempre que visito Barcelona tengo el honor de encontrarme con su persona y con nuestro mutuo amigo Jaime D. Parra, también entusiasta y estudioso de Juan Eduardo Cirlot, al que los tres tanto admiramos y queremos.
Recuerdo que en su viejo estudio, en la calle Còdols, sufrí un casi desmayo, durante unos minutos todo me dio vueltas. Me sentí como en una antigua barraca de feria. Me he preguntado, a menudo, si ese suceso vino dado por la impresión que me produjo el número y tamaño de las escaleras que me vi obligado a escalar para alcanzar tamaño edén, o si, por el contrario, el vahído llegó a consecuencia de las estupendas vistas de ese lugar diáfano que, por un momento, intuí que pudiera haber cobijado al propio Lautréamont. Aquella construcción tenía algo de observatorio. Por desgracia, este centro-Beneyto fue derruido años después. Me agrada imaginar que un día se erguirá allí un museo-sanatorio en homenaje al que fue su inquilino.
Conjuro a Beneyto como habitante incierto en el barrio gótico de una Barcelona perseguida por musas y fuentes humanas que le inspiran, que le mueven a respirar la pintura y la tinta que por sus poros fluye. Su curiosidad lo llevó a Polonia, EE UU, Grecia y otras latitudes y meridianos. En Nueva York (donde realizó algunas exposiciones) escribió su libro ¡fundamental!: Còdols en New York. «¡El Postismo llega a Nueva York!», escribió al margen de uno de los dibujos que trazó en la famosa ciudad. Según me cuentan el propio Carlos Edmundo de Ory lo «bautizó» como postista y le concedió, por tanto, el galardón que permite obrar en nombre de tan admirada orden estética.
Hace unos días me llamó por teléfono. Según parece se dispone a inaugurar una «página huevo», una San huevada, tecnicolor y deslumbrante que se llamará: www.antonio-beneyto.com. ¡Qué enorme contribución a la humanidad! Cuando la carestía de la vida literaria constituye una sombra de personalidades apagadas, de rencillas y de ponzoña, mi amigo Beneyto viene hasta Internet para iluminarnos con su talento y generosidad. Internet nunca volverá a ser lo mismo tras el desembarco de Beneyto.
En su pintura, en sus usos y costumbres, se define Beneyto como postista, aunque, a un servidor le parece que el artista posee un cierto aire a Sócrates, o, mejor todavía, al Sócrates loco, como calificó Platón al cínico Diógenes. (Por entonces «cínico» carecía de las implicaciones actuales del término, cosa que aclaro por si hubiera «malpensantes»).
En los inicios de nuestro epistolario le escribí que amaba a Cirlot. Él me respondió con una carta de su mano y letra que se abría como una postal, en el exterior había dibujado un enorme corazón coloreado con un rojo intensísimo. También me envió una fotografía en la que Arrabal y él bailaban un tango en un bar inhóspito, sin duda en uno de esos encuentros literarios que se organizan para solazo de escritores y escribientes.
El instante que me despierta más nostalgia se concreta en la última velada donde se materializó la tetralogía Molina-Beneyto-Parra-Herrero. Esto aconteció en el año 2003, durante la presentación en Barcelona de algunos títulos de Libros del Innombrable. A esa cumbre también asistió la poeta (y mártir) Alicia Silvestre.
Beneyto, fundamental porque es Beneyto. Algo obvio que no lo es tanto cuando planean tantas personas con nombre, pero que no «son». Beneyto, imprescindible por bondad y por talento. Pero ¿qué sabe nuestro mundo de hoy de esas costumbres en desuso?
Raúl Herrero, 14 de mayo de 2007
.... ANTONIO BENEYTO
ha subido al Sol;
siento infinitamente
esta ocultación
para la poesía
para su editor
para Barcarola
para todos sus amigos
y especialmente para ti, Voltaire;
modestamente me uniré
cuerpo y alma
a toda iniciativa y homenaje…
En el siguiente enlace encontrará el lector el monográfico a Antonio Beneyto de la revista Barcarola para descargar:
http://barcaroladigital.com/numeros/barcarola-78/
Biografía de Beneyto en la ACE:
http://www.acec-web.org/spa/A2.ASP?ID=57
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