Josep Soler: la música de la pasión, de Raúl Herrero
Josep Soler |
Trascurría a
galope tendido de caballo marfileño el año 1998 cuando Ángel Medina (Oviedo, 1955), catedrático de
musicología de la Universidad de Oviedo, publicó el libro ejemplar(izante): Josep Soler. Música de la pasión (Ediciones del ICCMU,
Colección Música Hispana Textos, Madrid, 1998). El objeto del estudio, es decir,
el propio maestro Josep Soler, me informaba hace unos días de la apremiante tercera edición del
volumen, sensiblemente aumentada respecto a su predecesora.
La noticia me petrificó.
Josep Soler y yo mismo, somos «escépticos» (aunque no tanto); quizá este término implique menores
sugerencias nocivas que el de «pesimistas», respecto a la cultura y sus
desencuentros con el mundo de hoy. Respecto a la aflicción encuentro al azar la
siguiente declaración del cineasta Woody Allen (ABC, Domingo, 26-04-2009, entrevista realizada por Anna Grau):
Yo más bien creo que tengo una visión realista del mundo como un sitio trágico —de eso no tengo ninguna duda—, que la gente convierte en un sitio mucho peor aún, donde casi nada es ni funciona como debería… Entonces no hay que tener miedo de probar soluciones raras o poco familiares, siempre que no hagan daño a nadie…
En su libro J.S. Bach. Una estructura del dolor (Scherzo fundación, Madrid,
2004), Soler incluye la siguiente nota a pie de página. Ante ella cualquier
persona inquieta e interesada por el ser humano y sus posibilidades
sufrirá un escalofrío de pavor, tal vez por lo cercano que, por desgracia, puede resultarle el comentario:
Que bajo las apariencias de una espléndida aportación de la tecnología la sociedad oculta un desprecio, cada vez más profundo, para la cultura, desprecio que aumenta cuánta más elevada y compleja, cuanto más importante sea esta: y las artes, el pensamiento, se resienten cada vez más perdiendo posibilidades y ayudas, y dejando de ser el orgullo de cualquier nación ya que son las actividades más peligrosas para las instituciones y gobiernos: todo se evalúa en cantidad y, aparentando ser los gobiernos más socialistas y democráticos, son, en realidad, los que más desprecian las masas del pueblo ya que parten de la base que con tal de que les guste un espectáculo o una determinada fiesta, cualquier cosa es buena; y la cuerda se rompe siempre por el sitio más delgado: cuanta más cultura-basura se entregue más se exigirá por las masas, que cada día pierden capacidad crítica y que se ven sometidas a una falta de información crítica, precisamente para que no puedan acceder al nivel peligroso, nivel que exigiría muchos cambios igualmente peligrosos.
¡Con cuánta trasparencia
Soler expresa lo que tantos promotores, directivos y duchos en la organización, recepción y cuantificación de propuestas culturales, ya sea en teatros, en editoriales y en otros receptáculos, deberían al fin
comprender para enfrentarse a tanto dislate! Si se ejerciera la actividad desde la óptica que apunta Soler más arriba los responsables de
ministerios y corpúsculos políticos demostrarían, ¡al fin!, que se interesan con sinceridad por el bienestar mental y carnal del ciudadano. («No solo de pan vive el hombre,
sino de toda palabra.…». Mateo, 4).
La existencia
inmediata de una tercera edición del libro de Ángel Medina dedicado a la obra y
la vida de Josep Soler trasluce una atención manifiesta por este compositor,
escritor y, en definitiva, pensador, en el sentido más clásico y vital del
término; a los artistas que hoy adoptan esta calificación y que la
ejemplifican con descaro se les destierra a un extrarradio cultural bajo la nomenclatura de
«heterodoxos», «rarunos», «experimentales», «difíciles» y mi favorita
«elitistas». («Margaritas ante porcos». Mateo, 7,6). ¡Qué vago es el pensamiento vago!
Nuestro músico y pensador
(nacido en Vilafranca del Penedès el 25 de marzo de 1935) estudia música con Rosa Lara
en su ciudad natal; en 1960, con R. Leibowitz en París (amigo de Schoenberg y
discípulo de A. Webern). En Barcelona se instruye con Cristòfor Taltabull, a su
vez alumno de Max Reger, a comienzos del siglo pasado (XX), en Múnich.
Como director del
conservatorio de Badalona Josep Soler ha ejercido su enseñanza sobre una
generación de instrumentistas, compositores, musicólogos… Deseo insistir
en este texto en la influencia de su magisterio. Ángel Medina, en la obra ya
referida, cita entre sus discípulos a: Albert Sardà, Miquel Roger, Benet
Casablancas, Juan José Olives, Agustín Charles, Antonio Muñoz Zuñes. Zobgi,
Pere Casas, Lluis Guzmán, Víctor Estapé, Miquel Fernández, etc.
La obra de Soler,
según mi juicio humilde, pero no pusilánime, deslumbra porque proviene de la
honestidad, tamizada por la personalidad —indisoluble de la percepción de lo
«real» y espiritual— y adopta un elevado matiz de atrevimiento —no se confunda
este término con la voluntad de esgrimir lo «novedoso a toda costa» y sin
seso—, al tiempo que demuestra una coherencia que propicia un idioma personal bajo la etimología de la tradición. Por este
motivo, no he podido abandonar el bosque musical de Soler desde que me interné
en las variedades de su flora y fauna.
La lectura de
cualquiera de sus ensayos, textos y poemas origina un placer que difícilmente
encontrará el lector en otras «literaturas». Con la facilidad que otorga el
conocimiento, Soler anuda la cuerda de cualquier tema tratado en sus escritos con referencias musicales,
filosóficas, cinéfilas, científicas…
Las influencias
filosóficas y literarias de Josep Soler se adentran en Heidegger, Pseudo
Dionisio Areopagita (de cuya obra Los nombres
divinos y otros escritos ha realizado una edición y traducción excepcional,
con segunda edición en Libros del Innombrable, 2007), Flaubert, Blake, Rilke,
el Maestro Eckhart, Spinoza, Gödel, Shakespeare…
Con firme ímpetu
sostengo el convencimiento de la esencialidad, como esencia y esencial, de la
obra (entiéndase en este caso tanto la musical, como la literaria, en ambos
casos manifestaciones de su universo), de Josep Soler. Su actividad resulta
abrumadora: obra sinfónica, escénica, de cámara, sonatas, cuartetos de cuerda, etc.
En su lenguaje musical el «acorde de Tristán», sobre todo a partir de
mediados de los años 70 de siglo XX, las fuentes de la segunda escuela de
Viena, Gustav Mahler, —del que anuncia que en el futuro sus sinfonías
representarán lo que en la actualidad suponen las de Beethoven— (La música, Montesinos, 1982), Scriabin…
Mi admiración por
el compositor principió cuando leí algunos de sus escritos, se amplió cuando
supe de los temas de sus óperas, once entonces, ahora ya dieciséis: Agamemnon, La Tentation de Saint Antoin, Edipo y Yocasta, Jesús
de Nazaret, Nerón, Murillo, La Bella y la Bestia, Macbeth, El sueño de una
noche de verano, Frankenstein, El Mayor Monstro los Celos, Faust, El Jardí de
les delícies; a las que sumo las óperas de cámara: El misterio de San Francisco, Die Blinde, Les noces d’Hérodiade
(Mystère). Y mi admiración
no dejó de aumentar cuando al fin pude escucharle a viva voz y a viva música.
Las notas del
músico sobre sus óperas (Nuevos escritos y poemas, Libros del Innombrable,
Zaragoza, 2003) me adentraron en la estructura y en la lectura de su
pensamiento, al tiempo que conforman una breve historia del pensamiento.
Gracias a la generosidad del compositor tuve la fortuna de acercarme a su ópera
Edipo y Yocasta (en una grabación realizada en el Palau de la Música Catalana en 1974),
con libreto auspiciado por la tragedia Edipo, de Séneca. La audición
me sumió en la misma perplejidad y excitación (por lo novedoso que a mi pabellón
auditivo le resultaba el magma sonoro) que experimenté ante la primera
sesión sonora del Concierto para violín op.
36, de Schoenberg,
los Cuartetos de cuerda, de Béla Bartók, el Don
Giovanni, de Mozart o el Officium Defunctorum, de Tomás Luis de Victoria, por citar obras de distintas
épocas.
Con el tiempo comprendí
que el latín en que la obra se expresa, al igual que ocurre en Agamemnon y, en parte, en la ópera-oratorio Jesús de
Nazaret, un idioma
relacionado por la norma católica con lo litúrgico, aumenta prodigiosamente la
tensión y el efecto «sagrado» de la «ceremonia» que Soler oficia en escena.
Para el músico, al igual que sucedía en el movimiento pánico (creado por
Arrabal, Jodorowsy y Topor en torno a 1963), —aunque guardando una distancia prudente entre las concepciones artísticas de los distintos creadores—, la escena, la
tragedia, como ya anunció Aristóteles, se encuentra revestida de un carácter
iniciático, purificador, catárquico, que trasforma la obra en un símbolo sustentado
por la música y la palabra y que, por eso mismo, posee una ligazón sumaria con
el rito.
Como no podía ser
de otra manera, entre las obras literarias firmadas por Josep Soler se
encuentra el volumen Poemas y teatro del
Antiguo Egipto (Etnos, Madrid, 1993), lo que confirma la voluntad ceremonial de sus obras para la
escena. ¿Es preciso que recuerde al lector que tanto el teatro como la ópera
conservan un antepasado común en las representaciones litúrgicas del antiguo Egipto, en
los misterios rituales eleusinos y órficos (entre otros) o en el propio teatro incluso «profano» de la antigüedad griega?
Tal vez su obra
más ambiciosa sea la ópera-oratorio Jesús de Nazaret (1974-2004/17). Se plantea la idea tras descubrir un borrador de Richard Wagner sobre la figura de Cristo. Si bien no le interesa la acción prevista por Wagner, sí le seduce la idea. Soler comienza esta obra
extensísima y libérrima (poco condicionada por las «modas externas» artísticas o musicales) —el propio
compositor reconoce que se debería dedicar dos días a su representación o escucha— y de
la que tengo el convencimiento de su vocación como pieza
fundamental de la historia de la música. El texto que constituye su libreto lo
toma el autor de los Evangelios, del El Apocalipsis, de San Pablo, del Maestro Eckhart, de Rilke. Aunque he tenido
oportunidad de escuchar extensas piezas orquestales de la obra (como «La
Natividad», Acto I, Escena III) y sin olvidar el medio musical como líquido
amniótico que coagula el resultado final, vitales para el desarrollo
de la acción, tanto como para los fundamentos de la obra, invito a que no se pierda de
vista la selección «textual» que compone la «letra viva» de la pieza. No cabe
duda de lo revelador que resultaría una atenta lectura del conjunto del libreto
para una mejor comprensión de las ideas del compositor.
En La música de la pasión Ángel Medina se refiere a
la instrumentación de la ópera en los siguientes términos:
En la madera encontramos toda la gama propia de una gran orquesta, desde el piccolo al contrafagot, pasando por el «saxofón» o el raro oboe d’amore, además de los clásicos de esta sección. Las cuerdas y el metal están perfectamente representados y luego hay ese muestrario de instrumentos tan del gusto de nuestro compositor, como el piano, órgano, celesta, arpas, guitarra hawaiana y un fortísimo equipamiento de la percusión, donde no faltan campanas de varios tipos, marimbas, gongs, citófonos, flexaton, armónica de cristal, sirenas, castañuelas, panderetas, máquinas de viento, entre otros más tradicionales de la sección.
También deseo
aludir el espectro vocal de los ejecutantes, desde los habituales: barítono y
tenor, hasta soprano aguda y dramática, un contralto que sostiene el papel de
María y varios recitadores. El propio personaje de Iesus lo refiere el
compositor como recitador, al igual que sucede en la ópera de Schoenberg Moses y Aaron con el papel del portador de las Tablas de la Ley.
También quiero
señalar la integración de la pintura en la obra escénica del compositor. En la
partitura, en las escenas: «La Agonía en el Jardín» y «La Natividad», Soler
apunta la referencia de obras de William Blake, de ahí que los
títulos aparezcan en inglés en la partitura original. Según leo en el libro de
Ángel Medina, ya varias veces citado, estas piezas se han estrenado como Dos poemas para orquesta:
El estreno tuvo lugar en el Liceu, el 2 de noviembre de 1990, a cargo de la Orquesta de la Radio de Berlín dirigida por András Ligeti. Su éxito, por cierto, fue rotundo…
Para aquellos
que, en su impaciencia, no puedan resistirse y deseen una audición encontrarán
los fragmentos de la ópera: «La Natividad», «La Transfiguración» y «La Agonía en el Jardín» en el cedé Cuatro poemas para orquesta, publicado por Anacrusi, en colaboración
con la Fundación Música Contemporánea. En estas grabaciones la interpretación
la firma la Orquesta Sinfónica de la Radio de Berlín, dirigida por
András Ligeti. En el mismo soporte el oyente hallará como aperitivo el extracto
de la ópera de Soler «La tentación de San Antonio: Le Christ dans la Banlieve», en la versión de la Orquesta de la Radio Televisión Española,
dirigida por Osmo Banska.
En mi opinión un
oyente de música medianamente avezado puede disfrutar con la audición y hasta apasionarse,
aunque no profundice en los sonidos-símbolo o no perciba la riqueza de matices
que con esmerado interés, cuidado y, posiblemente, con la partitura delante,
puede valorar un especialista. Admito, en cualquier caso, el matiz de
perogrullada que mi reciente afirmación contiene, puesto que lo mismo podría
afirmarse de las óperas de Mozart, Vivaldi, Monteverdi y, por supuesto, de las de
Alban Berg, etc. Téngase en cuenta, para lo anteriormente escrito, el miedo y la desconfianza que despierta, a veces con motivo, la música
contemporánea en una parte del público o del oyente o del escuchador. («No
hay mayor sordo que el ciego de pensamiento, palabra y obra»).
Algunos fragmentos como el de «La Transfiguración», tal vez auspiciados por la riqueza instrumental, pero, sin
duda, gracias al valor de la composición, adquieren unos matices, unos pasajes, capaces de
conmover a cualquiera que no se haya extirpado el corazón (o el cerebro o el hígado) de cuajo o que no sea víctima de sordera activa o pasiva. Ciertos trancos de la obra, como el adagio «En el templo, el óbolo de
la mujer muy pobre» o la misma «Natividad» arrojan una serena delicadeza. Mucho de lo que he escuchado de Jesús de Nazaret «encarna» en música, a mi entender, la
afirmación que realizó Juan Eduardo Cirlot en su poética para la Antología de poesía Cotidiana (Edición de Antonio Fernández Molina, Alfaguara, Madrid,
1966):
El hombre es el hijo del Misterio. (…) Poesía es un arte de conocer el mundo, de tocar una piedra, de respirar una temperatura…
Pero que esta aleve crítica «impresionista» de la obra no distraiga de lo fundamental: la maestría técnica del compositor, ni de otros aciertos como la exquisita elección de la instrumentación. No caeré en el execrable vicio de señalar a la emoción como único fundamento artístico. De algún modo la obra compositiva de Soler ejemplifica el título del volumen: De la vocación al oficio (Libros del Innombrable, 2003) que incluye una larga entrevista al maestro oficiada por Joan Cuscó.
Me resulta
difícil apartar la música de las afirmaciones que el mismo compositor ha vertido
por escrito. En el volumen Música y Ética (Libros del Innombrable,
2006) escribe:
La obra de arte nunca es nuestra porque ya estaba allí, en nuestro interior, en lo más recóndito del «castillo interior», la recibimos no sabemos cuándo y debemos entregarla en otro momento también desconocido y del que tampoco sabemos cuándo será y ni tan solo que forma podrá adoptar: es una especie de hijo del que solo conocemos su esqueleto y, quizá, ciertas entrañas. Pero su alma, su consciencia y su corazón, si lo tiene, esto nos está vedado: ya no es nuestro, ya no es «mío», nunca lo será.
¿Es necesario que señale la correspondencia de estas aseveraciones con la misión «redentora» de Cristo, con la visión «redentora» del artista que se considera (en el caso de serlo sin imposturas) con la «obligación» de estructurar, desde el interior, una obra concreta para la que se siente destinado? Es decir, de algún modo el artista se ve obligado a transigir con su «cáliz». ¡Cuántas veces expresó el poeta Antonio Fernández Molina esta misma reflexión! Hasta el punto de plantearse si la creatividad suponía una bendición o una maldición. Un compositor de la hondura de Josep Soler, ante una figura como la de Cristo, es capaz, a mi entender, de promover la reinvención del «mundo» desde la tradición (en parte olvidada, en parte enterrada en cenáculos académicos de la vista del nuevo profano para la excusa de que sus ojos pueden no «iniciados» no están capacitados para «comprenderla»). Pero el compositor se expresa con claridad y prudencia en su texto sobre la ópera recogido en Nuevos Escritos y poemas (Libros del Innombrable, 2003):
… sería equivocado ver en esta obra una especulación sobre el choque entre política e idealismo: Jesús de Nazaret fue un galileo, un pueblerino nacido en un paisaje amable y muy distinto de la aridez y dureza del sur de Israel y que, por temperamento y carácter, debía tender a ver el mundo y sus circunstancias de un modo harto diferente del que imponían y aceptaban como único los legalistas y aristocráticos habitantes de Jerusalén.
Y describe el
final de la ópera del siguiente modo:
El final del oratorio u ópera serán las tres voces de las tres máquinas de viento las que sonarán cada vez más solas para acabar la obra únicamente con los tres instrumentos al descubierto, símbolos del triple Aliento divino: con Él se iniciaron todas las cosas y así el triple viento –la rouah de la Voluntad que todo lo mueve– las concluye y sigue para siempre su operación inacabable, eterna. En otros momentos, el Aliento será simbolizado por tres flexatones que juntarán sus voces a los flatterzunge de las maderas y los metales con sordina para llorar su dolor y su desesperación ante los trágicos sucesos que cierran la vida terrena del Enviado: el llanto de María ante su hijo muerto está acompañado por sus gritos.
Puede que a algún
lector considere entusiastas en exceso mis comentarios, pero, en mi opinión, me
he mantenido parco en alabanzas, en relación con las que la obra merece. Espero
que otros, con otra voz, secunden y amplíen mis notas.
Nota bene (si se
tiene por buena). Transcurridos varios años desde la redacción de este artículo conviene
mencionar la publicación, reciente a la nueva publicación de este texto, del
libro de Josep Soler: en el árbol del dios doliente (Libros del Innombrable,
2018) con prólogos de Joan Pere Gil Bonfill y la inclusión de dos cedés con música
y poemas recitados del compositor. El volumen incluye poemas, piezas teatrales, reflexiones y apuntes autobiográficos del compositor.
Este
artículo se publicó en dos partes, en el año 2009, en la extinta revista Generación.net.,
la primera el 21 de abril y la segunda el 29 del mismo mes. He realizado
algunos cambios en la redacción y el contenido, la mayor parte simplemente
estéticos, otros atendiendo a las novedades acontecidas desde la primera
redacción del texto y al mejor conocimiento de la obra de J. Soler que ahora
posee el autor de este esbozo. En el año 2011 recibió el XI Premio Tomás Luis de Victoria.
Raúl Herrero
Otros enlaces para conocer la obra de Josep Soler:
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